Jaime Rodríguez Sacristán 19/02/2009
Durante los últimos treinta años se han sucedido innumerables intentos para que la Psiquiatría Infantil sea reconocida como especialidad médica.
Lo han solicitado departamentos universitarios y asociaciones científicas de manera continuada.
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Las razones que justifican la petición proceden básicamente de dos fuentes: la demanda social y la experiencia de los países europeos. La demanda social ha sido y es abrumadora. La sociedad se ha psicologizado notablemente en comparación con épocas anteriores y la cultura occidental es cada vez más sensible a situaciones personales, para las que pide ayuda profesional.
Las familias buscan a quienes les orienten para aprender a llevar situaciones provocadas por sus hijos e hijas .
Exigen un diagnóstico y un tratamiento para problemas como los trastornos de conducta y de adaptación de los adolescentes en la casa o en la escuela; para las depresiones infantojuveniles y sus complicaciones derivadas como los intentos de suicidio, un problema tan oculto socialmente y de tan alta prevalencia; el complejo ámbito de las hiperquinesias con su variedad polifacética, las esquizofrenias precoces y el preocupante mundo psicopatológico del espectro autístico; los trastornos por la ansiedad y la angustia infantojuvenil, y las múltiples situaciones de doble diagnóstico que hacen tan difícil diferenciar lo estrictamente psicopatológico en las variadas formas de minusvalía psíquica.
La experiencia y los datos estadísticos informan de la necesidad de atender, aconsejar y tratar a una población que oscila en torno al quince por ciento de los niños y jóvenes que necesitan un profesional altamente especializado cuya formación no se improvisa, como consta en la experiencia continuada de tantos países europeos en los que se impone hasta siete años de formación.
Resulta difícil entender que la experiencia de tantos países de Europa no sirva como ejemplo y que estemos a la cola, acompañando a los poquísimos países que no tienen reconocida la especialidad de Psiquiatría Infantil en el viejo continente.
La Asociación Española de Psiquiatría del Niño y del Adolescente lo ha solicitado de manera continuada.
Soy testigo de ello.
La Cátedra de Psiquiatría Infantil ha sido uno de los objetivos prioritarios; también me consta. A las asociaciones científicas y a las universidades se han unido recientemente asociaciones familiares interesadas en que sus hijos e hijas reciban la mejor atención profesional posible.
La Asociación Familiar para la Creación de la Especialidad de Psiquiatría Infantil está respaldando de manera cálida e intensa tan justa petición. Para los profesionales es un rayo de esperanza. Como la última decisión es de índole política, consideramos que sus gestiones seguramente tendrán más eficacia que la fuerza de los técnicos. Esperamos que por fin lleguemos al final del trayecto para que no sea un camino sin fin.
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